Un hombre erra sin destino por un paisaje apocalíptico. Lleva con él un viejo carro donde transporta varios sacos llenos de tierra, cuidando celosamente de que nadie se los robe. Esta tierra representa una parcela de su propia identidad, le permite seguir recordando quién es él, de dónde viene, quiénes fueron sus antepasados…
A lo largo de Un horizonte amarillo en los ojos el personaje se dirige a un joven invisible para el público, con quien acaba de encontrarse. Mientras esperan a que caiga la noche, el hombre le habla, le enseña cómo sobrevivir en ese mundo desarraigado y cruel; su monólogo/diálogo se va convirtiendo así en una confesión, donde se mezclan sus ilusiones, sus miedos, sus recuerdos… Y poco a poco se impone la figura obsesiva de una mujer.